ULTIMO LIMITE

La muerte ha de ser el último límite que nos da la vida. Cuando llega, ya nada se puede hacer, no se puede cambiar lo que se hizo, no se puede volver a reparar, no es posible que el arrepentimiento por lo que se dejó de hacer tenga algún paso hacia adelante o que el dolor por darse cuenta no haber valorado a quien estuvo verdaderamente al lado tenga una manera de producir una compensación.

Pero, ¿por qué habremos de encontrarnos con ese límite desde aquel lugar que no tiene vuelta, en vez de llegar allí sabiendo que su presencia será sólo el último límite de mi vida?

Los límites físicos son claros e irrefutables: te agachas te incorporas y te pegas en la cabeza con la ventana, es la prueba de que tienes que incorporarte un poco más allá o cerrar la ventana.  No hay duda.

Pero los límites que no son físicos, esos otros, son difíciles de comprender: cuál es el límite entre formar a un niño con una cariñosa libertad de desarrollo y dejarlo hacer cualquier cosa. Cuál es el límite entre pensar en mi bien y hacer daño a otro….

El límite que nos impone la muerte es tan claro como el físico: llega y no hay nada más que hacer… ¿por qué? Porque todo lo que hay que hacer es antes y si no se ha hecho durante todo el “antes” que es la vida, por lo menos es bueno hacerlo en ese “antes” que a veces la existencia nos regala mostrándonos que queda poco para ese límite último, pero si no sabes cuándo será tu “antes”, recursivamente te invito a vivir permanentemente en él, verás que llega y que estarás en paz cuando ello ocurra.

Si estás en un momento en que sabes que el tu límite último es cerca o alguien cercano está atravesando este proceso, yo puedo darte una mano.

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