HASTA QUE NO SE VIVE

Hay experiencias que no es posibles comprenderlas en su real magnitud si uno no las ha vivido o las vive en carne propia.

Hace años atrás, cuando recién estaba terminando mi carrera profesional, hacía mi práctica en el departamento de oncología de una institución. Allí había una joven hospitalizada por cáncer. Un día ella estaba con muchos, pero muchos dolores, su madre estaba al lado. En un momento la joven pidió que la levantaran de la cama y se alejó de donde estaba su madre y yo, entonces la mamá me dijo: “qué hace usted ahí, parada mirando sin hijos, sin lograr entender mi dolor al ver mi hija así” …me impactó tremendamente su frase…no supe qué hacer…hoy sólo puedo decirle, aunque tal vez ni siquiera me leerá: “señora, tenía razón”.

El proceso de la muerte es una experiencia del tipo que señalo. El estado interno y espiritual en que entra un ser humano cuando la muerte se acerca, es totalmente ajeno a cualquier otro proceso que se pueda vivir y esta distancia entre lo conocido y lo abismantemente distinto del morir, muchas veces enoja a los pacientes, los descoloca, los deja sin saber ni entender y por ello, algunos  entran en profundos sueños, pues se sienten y ven incomprendidos por quienes los rodean y es que no están equivocados en su apreciación pues es cierto: quienes los rodean, efectivamente, no logran comprender aquello que vive su ser querido…y seguramente no lo comprenderá hasta que vivan su propio proceso de morir.

Sin embargo, sí pueden hacer algo importante: mirar, callar, preguntar, estar y siempre volcado hacia la persona que está en dicho proceso (atendiendo también al autocuidado). Tal vez morir sea de las experiencias en que más se necesita compañía en la vida, pero no cualquier compañía: una total y absolutamente entregada a quien pronto partirá.

Si estás en un momento en que necesitas acompañar a morir a un ser querido, yo puedo darte una mano.